Perquè no un blog?

I perquè no un blog?

Redacto fulls i més fulls cada dia a la meva feina, però cap d’aquests escrits expressa les meves càvil·les, els meus somnis, anhels o vivències.

En cap d’ells deixo empremta del meu pas per la vida, ni reflecteixen com o qui sóc.

Així doncs m’he preguntat, perquè no escric un blog?

Ha de ser el meu racó de la calma, el refugi de la meva ment, el calaix dels mals endressos per les meves idees.

Ho enceto sense cap intenció d’arribar a ningú, només per tal d’apaivagar un neguit personal i començar el que pot ésser un diari de reculls, la bitàcora del meu passeig per la vida.

19/8/15

Big Bang / Big Crunch.

Al nacer, nuestro mundo es pequeño, más que eso, es "chiquito", ínfimo.

Se reduce a la luz sin detalle que recogen nuestros ojos recién estrenados, al timbre de una voz familiar, al olor, al tacto y al sabor de una madre.

Conforme vamos creciendo el círculo se ensancha y en él van entrando más personas. Nuestro padre y los hermanos, familiares cercanos, lejanos y los primeros compañeros de guardería.

El mundo ya no se limita a unas pocas caras conocidas y al espacio contenido en una habitación, sino que se extiende por un colegio y hasta por todo un barrio.

Seguimos creciendo y el entorno se deforma para dar cabida a más personas, amigos del colegio, profesores, compañeros de extra escolares.

Luego el instituto, con más de todo, profes, ligues, amigos, juergas.

El mundo, el nuestro personal, sigue expandiéndose y en él no deja de entrar gente y con ella también crecen los problemas, las tensiones y las responsabilidades.

Después de añadir lo que descubres en la universidad, te parece que ya no puede crecer más, pero te equivocas. Consigues un trabajo e introduces en tu espacio a los compañeros, los jefes y los espacios en los que desarrollas la actividad, incluida la cafetería del coffee break y la tasca donde tomas la cerveza con tapa del after work (con su camarero y todo).

Convencido de que aún tu mundo no es lo suficientemente grande, te apuntas al gimnasio y así ingresas unos cuantos colegas nuevos.

Cuando das un paso más en tu relación de pareja, los familiares de ésta se hacen un hueco en tu mundo a base de codazos (suegros, cuñados, abuelos, ...) y por sí te parecen pocos se suman también algunos amigos de él o de ella según sea el caso.

Te hipotecas con el pisito y, aunque no quieras, porque ya empiezas a notar que has perdido el control del crecimiento del que creías tu mundo, con ello añades a vecinos y tenderos de un barrio nuevo, a la ya ingente masa de seres con la que mantienes una relación.

Llegan los niños y con ellos el recuerdo del que era realmente tu entorno confortable y querido, limitado, controlado. Una época en la que te rodeaban menos personas y muchísimas menos preocupaciones.

Sin embargo la expansión no cesa y a tu mundo siguen sumándose más y más individuo: profesores de los colegios de tus hijos, padres de los compañeros, pediatras, ...

Los niños crecen y parece que van a abandonar el nido, sonríes porque con ello estrecharás algo tu círculo y podrás retomar parcialmente el control de ese mundo individual y egoístamente privado, que lleva años no haciendo otra cosa más que crecer y desparramarse sin medida.

Iluso, más que iluso.

Los hijos no se van, sino que a traición te presentan a su pareja y con ella, como una estampida de reses, se cuelan en tu vida toda su familia: consuegros y demás parentela política de segundo orden.

Además, en los tiempos que corren no esperes que eso ocurra sólo una vez, porque has de contar que cada hijo se casará por lo menos dos veces.

A estas alturas ya has alcanzado esa edad en que no estás para tonterías y decides reducir tu mundo a hachazos si hace falta. Retornar tu círculo de confianza en el que te sientes cómodo, en el que caben sólo "unos pocos".

Te compras un velero, o una autocaravana, o lo que quieras comprarte, pero pequeño, mínimo, y metes en él sólo a los tuyos de verdad, tres libros releídos y te echas a la mar, a las montañas o caminar por el desierto si lo prefieres, alejándote de todo.

Si no eres de los valientes que a golpe de timón y Mistral, decide partir en busca de la felicidad, llevándote contigo tu recién reducido mundo,  no te preocupes, la naturaleza hará el trabajo por ti.

De forma lenta y dolorosa verás que tu mundo empieza a menguar.

Si el futuro te castiga con una una vida larga y cobarde, descubrirás como la jubilación te retira compañeros y jefes, los hijos y los nietos reducen sus visitas, los amigos se dispersan, los familiares ascendentes navegan con Caronte y es muy probable que alguno de tu misma generación los acompañe en una partida prematura.

Si sigues acumulando años, al final tu mundo se reducirá a un asilo, con una habitación parecida a la del hospital dónde naciste, con una cama en la que recordarás a tu madre, mientras la luz sin detalle otra vez, entra en tus ojos cansados.

Tu mundo, no,  TU UNIVERSO, se ha expandido y comprimido volviendo al principio, que no es otro que la muerte, pues ésta a su vez es el inicio de un nuevo ciclo.

Es o no esto un claro ejemplo de la teoría del Big Bang / Big Crunch.

Igualada, a 19 de agosto de 2015.


16/8/15

Ocho años en un instante.

El otro día leí un artículo que hacía referencia a un estudio pseudo=científico, en el que la conclusión era que los seres humanos teníamos la percepción mental, de que nuestra edad era inferior a la real.

Es decir, que nuestra cabeza nos dice que tenemos ocho años menos (era la media según el estudio) de los que tiene realmente nuestro cuerpo.

Me pareció tan poco interesante que ni siquiera acabé de leer el escrito, cosa que ahora lamento.

Al parecer sembró en mi subconsciente una semilla que desde entonces me ha hecho plantearme algunas cosas.

Por lo pronto me he fijado en que ciertamente las personas hacemos cosas inapropiadas para nuestra edad física y quizá sea por iniciativa de una mente inmadura, o que no es consciente de los años que arrastra el envase que la alberga.

Quién no ha pensado alguna vez “mira como va vestida, ¿se cree que tiene 20 años?” o “¿dónde ira ese? con la edad que tiene y todavía haciendo cosas de críos”.

Esta mañana, por motivos laborales, he tenido que hacer una visita en un domicilio de un matrimonio ligeramente mayor que yo, al que ya había acudido en el pasado. Me ha abierto la puerta la misma mujer que me atendió hace aproximadamente un año y que al reconocerme, me ha presentado a su marido con un: - Aquest és el noi que va venir l’altra vegada.

“¡¡¡ El chico !!! que vino la otra vez”. Peino canas hace mucho, de hecho las tengo hasta en los pelos del pecho, y últimamente he descubierto que unas manchitas producto de la edad, empiezan a poblar la piel de mis manos, pero mi mente se ha sentido identificada de forma inmediata con “el noi” de la frase.

Puede que porque sea el menor de tres hermanos me sienta siempre “el pequeño”, o quizá tenga razón ese estudio y es cierto que todos nos vemos como críos cuando no lo somos.

¿Será por eso que a mis 42 años sigo pensando que puedo hacer deporte a nivel competitivo, aunque cada vez que lo intento me parto un ligamento y necesito de una semana de recuperación?.

No se si el estudio será o no cierto, o si a todos los seres humanos les ocurre lo que a mi, pero lo que tengo claro es que el día que mi mente tome conciencia de la edad real de mi cuerpo, será como envejecer ocho años en un instante.


Igualada, 16 de agosto de 2015.

Por primera vez.

¿Cuándo dejamos de ver en las personas que amamos, aquellas cosas que nos enamoraron una día?

La primera vez que vemos a la que termina siendo nuestra pareja nos atrae una sonrisa radiante, unas piernas bonitas, un culo bien puesto o cualquier virtud que tenga.

Luego nos colgamos de un ser vital y pasional, de una forma de vivir el peligro, de su manera de disfrutar de la aventura y la diversión, de la ternura que desprende o de aquello que cada uno escoja para colgarse.

Sin embargo, la convivencia y la rutina nos ponen un velo en la mirada. Dejamos de ver esa adolescente alegre y divertida, para ver sólo a la madre, la esposa, la compañera de trabajo.

Ya no vemos todo aquello que nos cautivó.

Recordamos la joven que nos enloqueció y pensamos que se ha transformado, que se ha convertido en otra persona distinta, que simplemente, ya no está.

Nuestra ceguera nos impide ver el ser que era, que sigue siendo aún y que nunca ha dejado de ser.

No ha perdido la chispa, está ahí, donde siempre ha estado, a flor de piel.

Para verla basta con retirarse el filtro negativo que se ha instalado en nuestros ojos.

Quitarle las etiquetas que le hemos colgado impunemente y mirarla sin prejuicios adquiridos. Entonces la vuelves a ver, es ella, siempre ha sido ella.

Te alegras de reencontrarla, te sorprendes volviéndote a colgar y te preguntas ¿cómo he estado tan ciego?

Hoy he ido a un concierto con mi esposa, con la que llevo casado 19 años e inevitablemente, me he vuelto a enamorar.

Ha sido fácil, sólo he tenido que mirarla como lo hice por primera vez.

Igualada, 29 de marzo de 2015.

A Estefanía.

Menos mona.

A menudo me canso de mi aspecto.

Me aburro de la imagen que devuelve el espejo.

No es que sea infeliz por mi apariencia, más bien inconformista con mi imagen, como si ..., no acabase de encontrar el look que ando buscando, no me acostumbrase al aspecto que me ha tocado, no se correspondiese mi exterior con mi interior, mi pellejo no fuese el más adecuado o el que yo espero.

Ya se que muchos diréis, eso le pasa a todo el mundo. No lo creo. Dudo que le pase a los guapos.

Pero no es exactamente eso lo que quiero decir, no es simplemente que me encuentre feo.

Es más bien que no acabo de reconocerme en el reflejo y eso hace que busque cambios constantes de aspecto, lo que sin duda agrava claramente mi problema y me confunde más si cabe.

Es curioso porque he odiado siempre los uniformes y sin embargo gracias a esta reflexión de hoy les reconozco la utilidad.

Si todos tuviésemos el mismo aspecto, exactamente iguales por fuera, quizá prestaríamos más atención a lo que somos por dentro y yo me ahorraría esta inquietud, leve, aunque inquietud al fin y al cabo.

Los individuos perderíamos originalidad y el bien valorado "rasgo diferencial", pero a mi me facilitaría mucho las cosas.

Se que eso es una utopía y por eso precisamente seguiré buscando mi forma exterior, aunque sin excesivas esperanzas de encontrar una que realmente me satisfaga.

El que es feo, es feo, o como decía mi abuela, aunque la mona se vista de seda, mona se queda, pero eso no impide que la mona pueda ser inconformista y siempre trate de ver otro yo en el charco, uno que le desagrade un poco menos, que le haga, "menos mona".

Igualada, a 22 de marzo de 2015.

Los elegidos.

Jubilado desde hace siete años, José agitaba lentamente la cucharilla en el café con leche sentado en la terraza de El Principal, el casal de la pequeña población de interior dónde había decido retirarse a descansar después de 50 años de trabajo continuado.

Cada mañana en la misma mesa, Alfonso le servía la bebida y una tostada con aceite y sal, acompañado todo ello con la prensa local y un: - buenos días, que tal nos hemos levantado hoy, al que José ya no contestaba, harto de gastar saliva en frases sin sentido cuyo único propósito es la cortesía.

La jornada se iniciaba por tanto con la misma rutina que los últimos dos mil quinientos días.

Una noticia del periódico le llamó la atención por encima de las demás.

Era un artículo breve, refundido periódicamente, que ya había leído en otras ediciones a lo largo de su vida.

Un estudio “reciente” afirmaba que el 90% de la riqueza del planeta era gestionado por el 1% de la población.

Pensó que seguramente se podría haber hecho ese estudio a lo largo de toda la historia de la humanidad y el resultado habría sido el mismo.

Con independencia de si se hubiera realizado en la época del Imperio Romano, de la Edad Media o de la Revolución Industrial.

El artículo iba un poco más allá, no demasiado a decir verdad, y ponía nombre y apellido a los gestores de la riqueza, señalando a los laboratorios farmacéuticos, la banca y las aseguradoras, como el tridente que formaba la punta de la pirámide.

Por debajo, la masa de prole quemaba su vida subsistiendo como podía.

Considerando que el café con leche ya estaba suficientemente mareado, cesó su agitación y, levantando la vista hacia el valle que se abría bajo la terraza, sorbió el líquido.

Pensó que a pesar de haber leído esa misma noticia en varias ocasiones a lo largo de su vida, no se había percatado que quizá ese 1 % de la población necesita irremediablemente que el resto de la masa social seamos, para conseguir sus objetivos, borregos guiados por pastores sumisos.

Desde la infancia esta sociedad nos guía para que todos estemos dentro de una media gris, acotada por las estadísticas.

Si un niño tiende a no seguir el ritmo del resto, la profesora nos cita y nos dice que debemos contratar un refuerzo en matemáticas.

Si un adolescente es extremadamente sensible o dado a soñar despierto, nos dicen que es excéntrico y nos animan a que lo reconduzcamos para que retorne al redil.

Si un test psicotécnico descubre que un adulto tiene los valores de afectotimia desviados, nos empujan a terapias que tienen con objetivo que volvamos a estar dentro de los márgenes comunes y normales para el conjunto de la sociedad.

Los jóvenes quieren integrarse a toda costa en una mal nombrada normalidad, siguiendo las directrices de la moda, evitando que les llamen bichos raros y fijándose como modelos los estereotipos que aparecen por televisión.

Nos están induciendo desde que nacemos a que no destaquemos, a que no nos desviemos en nada respecto al 99% de la población, nos influyen para que nos asemejemos al resto y nos mantengamos dentro de una media estadística.

Sin embargo, al final de tu vida, sin tiempo para modificar conductas, lees un triste artículo que te pasó desapercibido mil veces y te das cuenta de que es el 1% que se aleja de la media, quién gobierna el mundo, quién parte la pana en la economía, en el deporte de alto nivel, en la política, en el arte, en …

El café con leche, frío ya, se torna amargo a pesar del azúcar disuelto.

Sabiendo que es tarde para él, inmerso en la mediocridad impuesta, paga la cuenta y se retira a esperar a los nietos, a los que tratará de convencer (sin éxito por supuesto) de que sean diferentes, de que rompan estadísticas, soñando con que lleguen a formar parte del 1% de los elegidos.


Igualada, a 22 de marzo de 2015.


A mi hija Gal·la, a la que mis consejos llegan siempre tarde

Mil veces me maldigo.

El hombre de bigote negro y pelo blanco, con el rostro surcado de arrugas y la tez morena, fijaba su vista en el sedal mientras amarraba en él un pequeño emerillón dorado, del que luego colgaría la cameta con el anzuelo.

Lo hacía sentado sobre la cesta de mimbre en la que ordenaba su aparejo de pesca.

Los ojos de un escuálido preadolescente, tonto como todos, prestaban una distraída atención a sus movimientos.

El pescador seguía la tradición familiar de transmitir a su hijo sus conocimientos y a pesar de que el zagal no parecía muy entusiasmado, continuaba arrastrándolo consigo al puerto de Vilanova i La Geltrú cada vez que podía.

Pensaba que era un buen lugar para compartir un poco de tiempo con el más pequeño de sus tres hijos y aprovechaba esas tardes de esparralls y mabres, para tratar de aleccionarlo.

El chaval disfrutaba de la compañía de un padre que el trabajo le robaba la mayor parte de la semana.

El hombre a su vez, sentía nostalgia al recordar a su padre dándole las mismas lecciones que ahora impartía él y esas tardes de sábado le transportaban a su propia infancia.

Ya con el gusano a remojo, la tertulia se iba hilando sobre el argumento de "la vida" en su sentido más literal. Concretamente sobre el final de la misma.

- Nuestra sociedad, decía el padre, vive de espaldas a la muerte y eso, sin duda, es un error.

Cualquier tema sobre la muerte es un tabú hoy en día. Hace unos cuantos cientos de años, en la Edad Media, la esperanza de vida era mucho menor y la sociedad estaba acostumbrada a ver la muerte de frente a diario. Era algo tan natural como la propia vida y lo sigue siendo todavía, aunque ahora parece que la gente se empeña en querer hacer ver que no existe, en vivir de espaldas a ella, cuando realmente es algo ineludible.

El chaval, sentado sobre un viejo noray del muelle con la caña en la mano, apenas seguía el hilo de la conversación (lo justo para que su padre no le llamara la atención si lo pillaba distraído) y esperaba una picada con la mente puesta en algún lugar lejano.

- Vivir de espaldas al hecho de que la muerte nos alcanzará algún día, hace que cuando la descubrimos visitando a algún conocido o a algún familiar, nos duela en sobre medida, nos deje listos y atemorizados durante días y con un mal cuerpo que ni con terapia de choque recuperamos.

Sobre todo nos pasa a los no creyentes, porque los otros, los que creen en algo, bien sea la reencarnación, la ascensión a los cielos o la transmutación de las almas en personajes de cómic, esos al menos se consuelan con sus ritos y pensando en que nada ha terminado realmente.

Incluso hay seguidores de algunas religiones, que destinan toda su existencia terrenal, a la preparación del cuerpo y el alma, para la llegada de Dña. Muerte, vamos, que miran tan de cara a ésta, que se olvidan de "vivir". Justo lo contrario que hacemos nosotros en esta sociedad.

Ni tanto ni tan calvo, debe existir un término medio, un equilibrio que nos permita disfrutar de la vida terrenal, sin que la muerte nos quite el sueño, pero sabiendo que nos espera al final del camino, o tal vez, escondida en algún recodo del trayecto, detrás de alguna curva.

Vivir sin miedo, disfrutando y aprovechando nuestro paso por la vida, para que, cuando venga a buscarnos la Parca, con su guadaña y su mal rollo, le podamos decir: no me sorprendes, no me asustas y puedes llevarme contigo porque estoy preparado.

El Sol se puso y recogieron las cañas. El chaval se subió al coche sin haber aprendido la lección.

Continuó viviendo de espaldas a la muerte, sin querer aceptar que está ahí, sin reconocer que no se puede eludir.

Treinta años más tarde se encontró con ella. Vio como ésta se llevaba a su padre mientras le sostenía la mano.

Se maldijo por no haber estado más atento aquel sábado.

Se maldijo, no ... me maldigo.

Me maldigo por eso y por no haber aprovechado cada momento de los que estuve a su lado en cuarenta y un años.

¡Mil veces me maldigo!


Igualada, a 18 de octubre de 2014.


A mi padre, que por acción u omisión me ha hecho ser como soy y al que me parezco mucho más de lo que en ocasiones me ha gustado reconocer. Descansa en paz.

Letras que apuñalan.

Maldigo las canciones porque me hieren el alma.

Tonadillas que rasgan mi corazón cuando al sonar, abren cajones olvidados de la memoria, permitiendo que escapen de su interior recuerdos de momentos felices que no volverán, de historias de amor sin final adecuado, de risas que acabaron prematuramente, de amigos que ya no están.

Son peor que “aquellas pequeñas cosas” de las que hablaba Serrat, se instalan en tu cabeza y te acompañan durante todo el día, durante toda la noche, la vida entera agazapadas en un dial que se sintoniza a traición cuando más vulnerable eres, por la espalda y sin medida.

Dónde está Bob Marley con su reggea optimista “Three little birds” y su “every little thing gonna be all right”, dónde el “Walking on sunshine” siempre positivo y alegre de Katrina & The Waves que te inyecta buen rollo.

Desaparecen las canciones alegres, dejan de existir sin más cuando más las necesitas, cómo si nunca se hubieran radiado.

Gires la rueda hacia dónde la gires, siempre te encuentras con una letra desgarradora que hace añicos tu equilibrio emocional.

Una tras otras son mensajes directos, todas hablan de ella, todas te cantan a ti.

No puedes escapar a su atracción y te conviertes en un melómano masoca, cuando al reconocer los primeros compases de un sonido que sabes que te hundirá, que te revolcará sin remedio en el lodo creado con el polvo que cubre los recuedros empapado en las tus lágrimas, decides no apagar la radio en ese mismo instante y te descubres alargando la mano hacia el transistor para subir el volumen.

Abandonándote y rindiéndote a las notas.

Dejando que a todo volumen el sonido te atraviese y la voz del cantante inunde tus venas como droga destructora que elimina las últimas barricadas que resistían a la pena, dejando que la tristeza gane terreno con cada estrofa hasta que se apodera totalmente de tu ser.

Algunos leeréis esta misiva y pensaréis: -“está deprimido”, pero no, no es eso, sólo estoy escuchando canciones con letras que apuñalan.

Igualada, 23 de septiembre de 2014.

Nadie conoce a nadie.

Nunca se llega a conocer del todo a una persona.

Ni siquiera después de compartir con ella media vida.

Ni tan sólo habiendo sufrido, amado, llorado, ... a su lado de forma ininterrumpida a lo largo de los años.

Puedes llegar a intuir cómo actuaría en una situación concreta, o su opinión acerca de un tema común, pero conocerla de forma completa e inequívoca, eso nunca.

Cuando menos te lo esperas te sorprende haciendo algo que nunca hubieras imaginado y a lo que no le encuentras una lógica conociendo, como crees conocer, tan bien a ese ser.

Te quedas sin argumentos cuando le descubres una debilidad oculta, una fobia o una manía que jamás habrías pensado que pudiera tener.

Al conocer ese secreto, sepultado por capas y capas de maquillaje humano, te planteas si realmente es quien tú pensabas o si has estado equivocado o engañado durante todo este tiempo.

Dudas de todo lo que conocías de él y evalúas si realmente existe tanta afinidad como creías, tanta complicidad.

Luego terminas por darle la vuelta al tema y decides que, el hecho de que te haya sorprendido después de tan largó recorrido juntos, es una suerte.

Significa que todavía hay cosas que aprender, recodos que explorar, cosas por descubrir.

Todo ello te anima a seguir viajando a su lado, con unas ganas renovadas y un brillo de curiosidad instalado en la mirada.

Hoy he aprendido esto. Parece poco pero no lo es.

Salgo a la calle y me siento diferente. Creía que lo sabía todo sobré mi y aún me sorprenden las cosas que pienso, que siento y que hago.

He consumido la mitad de mi esperanza de vida y me acabo de percatar de que todavía no me conozco del todo y es que, nadie conoce a nadie, ni siquiera a uno mismo.

Igualada, a  12 de abril  de 2014.

Gracias. Me caí de él.

La noche del viernes me acosté tarde. Una película y tres capítulos de la novela que tengo en curso tuvieron la culpa.

Eran las dos y cuarto cuando apagaba la lamparita de la mesita de noche y me disponía a dormir, pero todavía tuve tiempo para repasar lo que me deparaba el sábado.

Hacía varios años que una idea se había instalado en mi mente y de forma recurrente aparecía periódicamente.

Saltar de un avión (con paracaídas claro).

Mis amigos más cercanos sabían de mi deseo y para mi cuarenta cumpleaños me regaron un salto en tándem en el centro de Skydive en Empuriabrava.

El regalo me hizo muchísima ilusión y quise escoger con cuidado el día del salto.

Es un punto delicado, quería que todo fuese perfecto. Necesitaba un día claro y un momento personal favorable, sin lesiones ni impedimentos que enturbiaran la experiencia.

A menos de doce horas del salto no me sentía nervioso y sólo me preocupaban un par de detalles pueden parecer irrelevantes pero para mi no lo eran:

1. Hará frío a 4.000 metros de altura.
2. Me dolerá el oído como consecuencia del cambio brusco de presión en el ascenso o el descenso.

Lo cierto es que estos dos aspectos no me preocupaban por que sea un friolero o porque me asuste el dolor de oído, lo que ocurre es que no quería que dos aspectos tan nimios como estos entorpecieran un momento irrepetible y único.

La primera vez que realizas un acto siempre es única e irrepetible, el primer saludo, el primer beso, el primer … ya sabéis a que me refiero, sólo tienes un oportunidad para causar una buena primera impresión.

Es posible que pueda volver a saltar de un avión, pero ya no será la primera vez.

Sería bastante triste que esta experiencia reciba interferencias absurdas como un dolor de oído o un temblor por haber escogido mal la indumentaria.

Decidí llevar ropa interior térmica y ajustada para evitar el frío y emplear un inhalador nasal por la mañana para asegurarme que mis vías respiratorias superiores estaban despejadas.

El sábado a las once de la mañana seguía tranquilo y sin sombra de dudas sobre lo que iba a hacer. El salto era a las dos del mediodía, resulta que los pesos pesados como yo (92 kilos en canal) deben saltar en las horas centrales del día.

A la hora exacta llegué al aeródromo, me acompañaba mi santa esposa y la más pequeña de mis hijas.

Después del papeleo conocí a José Luís, el sufrido paracaidista que me iba a bautizar.

Colocación de arnés, cuatro explicaciones sobre como debo colocarme antes, durante y después del salto y directos hacia el avión.

En el proceso conocí a Mike, otro paracaidista que se iba a encargar de grabar y fotografiar la experiencia, para disfrute personal en casa y para poder demostrar a mis amigos que lo había hecho (pandilla de incrédulos).

El avión que nos iba a elevar hasta los 4.000 metros debe ser un portento de la ingeniería aeronáutica y seguro que está especialmente acondicionado para el uso del salto en paracaídas, pero desde luego no es una maravilla en cuanto a comodidad e insonorización se refiere.

La cabina para los saltadores es estrecha y baja, los asientos mínimos, las vibraciones y el ruido en el interior son todo menos tranquilizadores.

Estaba dentro de la cabina, sentado en una banqueta a la que me sujetaba un cinturón que no parecía nada seguro. Los motores rugían hasta ahogar nuestras palabras, las vibraciones se transmitían de forma directa a mi cerebro y sin embargo, yo permanecía extrañamente tranquilo, como si ya me hubiera visto en esa situación cientos de veces.

Como con el frío y el dolor de oído, me había concienciado para erradicar los nervios y el miedo. No quería desperdiciar ni un segundo de la experiencia preocupándome por algo que pudiera salir mal.

Aproveché el ascenso (unos quince minutos) para empaparme del momento, para respirar el ambiente.

El momento de salir del avión es el que podría marcar la diferencia entre una experiencia inolvidable y un episodio de terror (o un infarto). No sabía lo que sentiría cuando me encontrara frente a la puerta, pero eso no había llegado todavía y de momento me sentía cómodo y estaba disfrutando.

Alcanzada la altura de salto José Luís me dijo dos frases que fuera de contexto habrían sonado completamente diferente “quítate el cinturón y siéntate sobre mí”.

Sin poder evitar el chascarrillo de decirle que esperase a llegar a tierra para dar rienda suelta a sus deseos, obedecí y me senté en su regazo.

Llegaba el momento de que se abriera la puerta y comprobar si aparecía el pánico.

Mentalmente repasaba las instrucciones y en eso estaba cuando me encontré mirando el hueco de la puerta y el abismo.

Ni rastro de miedo, sólo belleza y emoción.

Sin lugar a dudas la confianza y seguridad que infundía José Luís y la buena onda de Mike, influyeron en el hecho de que la salida del avión fuera tan “natural”.

No deseaba permanecer ni un instante más dentro de lo que a mi me parecía una jaula, una cafetera con hélices (que no se me ofenda nadie, seguro que el aparato es una maravilla, pero yo no quería aterrizar dentro de él).

Ni dos segundos pasaron hasta que empecé a disfrutar de la caída.



Nunca he sido bueno explicando mis sentimientos y no voy a mejorar de la noche a la mañana, así que reconozco abiertamente que no soy capaz de explicar con palabras la sensación tan extraordinaria que es caer al vacío.

Lo que si puedo decir es que mi corazón seguía sin acelerarse y es que era tanta la altura que me separaba del suelo que no tenía sensación de peligro.

A veces, inspeccionando la cubierta de un edificio se me altera el pulso y siento miedo ante una posible caída, pero es porque soy consciente de que si doy un mal paso chocaré contra el suelo antes de que pueda darme cuenta. Eso no ocurre a 4.000 metros, ni a 3.000, ni a 2.000, ni a … flops!!! tironcito y una lona enorme te sustenta, ya no pasa todo tan rápido, todo se ralentiza y descubres un paisaje extraordinario, viento suave y tu deslizándote, volando.

José Luís conversa y entre frase y frase yo intento retener en mi retina todas las imágenes, no parpadeo a penas.

La caída libre fueron 50 segundos intensos de velocidad y emoción, pero el descenso con el paracaídas abierto me aportó una sensación de placer especial. Habría permanecido allí horas.

Ahora comprendo lo que empuja a los pilotos de parapente y ala delta a saltar ladera abajo. Sin ruido de motores, con visión de 360 grados, sin cabinas, sólo con el viento.

No tengo palabras para expresar lo que sentí, no se hacerlo.

Sólo puedo dar las gracias a todos los amigos que me regalaron esta experiencia inolvidable.

Gracias a mi esposa y mis hijas que la compartieron.

Gracias también a José Luís y Mike que la hicieron realidad.

Si alguno de los que me leéis decidís probarlo y conocéis a Mike, descubriréis a un individuo peculiar. Tanto en tierra como en el avión daba la impresión de ser el que mejor se lo estaba pasando, disfrutaba del salto y del momento, lo de grabar y hacer fotos era una cosa que hacía, a más a más, un surfista del aire.

Y si veis a José Luís, decidle que no olvidaré la vez que me senté en su regazo.

Pido disculpas porque se que en este texto me he extendido enormemente, pero me ha sido imposible sintetizar, igual que a partir de ahora me resultará imposible mirar al cielo sin recordar que un día me caí de él.

Igualada, 8 de diciembre de 2013.

Ellos se lo pierden.

El verano llegaba a su fin y poco a poco el pueblo se iba vaciando.

La gente que había inundado las calles durante el mes de agosto retornaba a las ciudades y en los corrillos se escuchaban despedidas y lamentos por haber de volver al trabajo y la rutina de la urbe.

Para Manuel el final del verano significaba el retorno al sosiego, la recuperación del silencio en su vida.

Jubilado hacía más de diez años, el estrés ya no le afectaba en ninguna estación del año y desde que se había instalado allí, su vida se tornó plácida y tranquila.

Sus hábitos se mantenían constantes durante todo el año y si la climatología lo permitía, gustaba de sentarse por las tardes en el mismo banco de la plaza mayor. Al Sol y sombra de la zona porticada, al refresco de la brisa en el estío y al resguardo del norte cuando el día se acortaba.

Su villa - siempre había considerado que el pueblo era su feudo particular - seguía siendo la misma en esencia, desde que naciera en la vieja casa de sus padres.

Los cambios de alcaldía, las épocas de elecciones y las dotaciones de la Diputación habían ido modificando la piel de la población, cómo en todas las localidades del país. Una calle peatonal, un cambio en el pavimento, nueva iluminación, rediseño de papeleras y cosas por el estilo.

Sin embargo, su banco permanecía inalterable, con su incomodidad apacible, sus travesaños de madera desgastados y descoloridos, pero sobre todo, con su ubicación ideal para cogerle el pulso al paso del tiempo.

Desde allí había visto como encanecía el pelo de sus coetáneos y crecían las criaturas hasta convertirse en adultos.

Controló como observador imparcial las nuevas tendencias de cada década, la llegada de unos y la marcha de otros.

Esa misma tarde Manuel se entretuvo con un corrillo de jóvenes que, reunidos junto a la fuente, celebraban una especie de convención tecnológica.

Habían desplegado una completa muestra de teléfonos móviles de los que hacían uso con avidez, desgastando teclados y frotando pantallas con fruición.

Entre ellos no mediaban las palabras si no eran por chat, ni tampoco las miradas.

Hacía seis meses que el excelentísimo alcalde había inagurado la zona wifi en la plaza y desde entonces la función se repetía todas las tardes.

Una docena de adolescentes se reunían para compartir el espacio.

Manuel recordaba su feliz infancia, marcada también por reuniones en el mismo lugar, niños con pantalón corto, rodillas sucias y peladas por rascadas en el pavimento, en caídas repetidas tras un balón de cuero demasiado deshinchado y descosido para rodar con eficacia.

Tardes de risas y conversaciones distendidas que terminaban con baño y merienda en el río, disfrutando de uvas y melocotones despistados del huerto de algún vecino.

Él había llegado tarde para la moda del móvil y la contabilización de amigos por una red social cibernética, pero sin duda aquellos jóvenes que ahora contemplaba, no conocían la amistad que surge de perseguir un balón en un campo improvisado, empleando camisetas comos postes de una portería imaginaria, de correr en bicicletas sin frenos por caminos polvorientos o simplemente de conversar y reír en comunión con la puesta del Sol.

La sonrisa que decora la cara del viejo Manuel, el que no se entera de las nuevas tecnologías, nace de aquel recuerdo y deja bien claro que: ellos se lo pierden.

Igualada, 7 de septiembre de 2013.


[A mis amigos de la infancia y también a los nuevos, que comparten conmigo sudor detrás de un balón, en el patio de un colegio, tal y como se hacía antaño].

A dos meses vista.

Suena en la radio Cambio de planes de Los Secretos.

La luz de un día plomizo se filtra por los ventanales como queriendo acompañar la voz triste de Enrique Urquijo.

Gotas de lluvia resbalan por los cristales como si de lágrimas se tratase.

El mundo parece haberse armonizado con los pensamientos y sentimientos de un ser que, ignorante, aprende a golpe de guadaña que la vida no nos pertenece.

Hacer planes de futuro, proyectos a largo plazo, es sólo una ilusión que nos permite una mente, estúpida, que cree que podemos controlar, no sólo el instante, sino también los días, meses y años venideros.

Mentira, ni el instante, ni mucho menos el futuro, es algo que podamos organizar a nuestra conveniencia.

La parca cercena a golpe de hoz los proyectos futuros cuando una bata blanca descubre unos indicadores desviados en tu sangre y nombra por primera vez la palabra cáncer.

O cuando un camión decide pasar justo por dónde tú paseas con la bici, haciendo que le crezcan ruedas a la silla que te soportara en adelante.

Un incendio arrasa tu casa, tu empresa quiebra y el banco decide que necesita tu vivienda mucho más que tus hijos o simplemente tu pareja se da cuenta de que no eres ni medio limón y emprende el vuelo una tarde de otoño.

Cualquier hecho de esa índole basta para truncar un proyecto de vida que creías estable, feliz, duradero.

La canción termina y me doy cuenta de que lo único que puedo hacer para prepararme ante un hipotético cambio de planes, es diseñar mi vida a dos meses vista, nunca más allá.

Igualada, 31 de mayo de 2013

Una plaga.

Maldecía su suerte.

No podía creer que aquello le estuviera sucediendo precisamente a él.

Vestía una camisa sucia de explorador que se le pegaba al cuerpo por el sudor, debido sin duda al calor y la humedad del entorno, pero sobre todo al miedo y la rabia que sentía.

Tras catorce días de búsqueda por los manglares de Sumatra lo había encontrado y sin embargo nada resultaba como había planeado.

Hacía tan sólo unos minutos que había descendido de la hamaca en la que había tratado de dormir, sin éxito, tras la larga jornada del día anterior.

Si se hubiese percatado del silencio extraño que reinaba en el rincón de selva en la que habían improvisado el campamento de ruta, quizás los acontecimientos no se habrían producido de aquella manera.

Ahora estaba desmadejado sobre el terreno, en una posición extraña. Sus músculos, en una rigidez extrema, le impedían moverse. Respiraba de forma entrecortada y sus pulsaciones se iban reduciendo lentamente a medida que comprendía lo que había ocurrido.

Había llegado a aquel recodo de mundo como miembro de una expedición de la UICN (1), tenía por misión encontrar al último ejemplar vivo en libertad de Panthera tigris sumatrae.

Tras la extinción en el año 2037 de varias especies, el Tigre de Sumatra había pasado a ser el primero de los mamíferos en la Lista Roja de Especies Amenazadas.

Sin embargo, “el superviviente”, cómo habían bautizado cariñosamente al felino, lo había encontrado a él y lo había hecho en el peor momento, cogiéndolo desprevenido, a la hora en la que el hambre y el instinto cazador del animal le hacen más peligroso.

Era cerrada noche todavía, ya que la expedición buscaba al tigre cuando es más activo y descansaba en la horas más calurosas del día para tratar de dormir por la tarde.

El superviviente le había sorprendido agotado y con sus sentidos adormilados, era una presa fácil para un depredador diseñado especialmente para la caza, con una agilidad extrema y unas garras asesinas.

Ahora, desde su posición sumisa en el suelo, se arrepentía de haber ido a buscar a aquel animal en su jungla. Quién era él para intentar salvar al último ejemplar de su especie.

Resultaba irónico que él, que había ido en su ayuda, hubiera sido el que en un acto reflejo al verse sorprendido, apretase el gatillo del arma que le había quitado la vida.

Pensaba en todo esto mientras miraba el cadáver del animal reposando a escasos centímetros de dónde se había derrumbado, maldiciendo su suerte.

Igualada a 7 de abril de 2013.

NOTA: la deforestación, la contaminación, la pesca masiva e indiscriminada, las fumigaciones, ... , son sólo algunas de las formas que emplea el ser humano para diezmar la población del resto de seres vivos del planeta y es que el hombre no es más que una plaga para La Tierra, incluso cuando intenta calmar su conciencia.

(1) Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Que te vaya bonito.

Fue fruto de la casualidad que me di cuenta.

Doblé la esquina de una calle peatonal atestada de comercios.

Mi mente se ocupaba con cuestiones de trabajo que no vienen al caso, mientras hacía eslalon entre cuerpos que ocupaban la vía y que maldecían una crisis económica que les impedía entrar en las tiendas a gastar compulsivamente.

Me llamó la atención un escaparate y entonces lo vi a él.

Me miraba con cara de asombro e interés, como si hubiera descubierto algo en mí que le llamara poderosamente la atención y quisiera conocerlo a fondo.

Peinaba canas a ambos lados de la cabeza, mientras en la parte superior una mata de pelo despeinado y rebelde le confería un aspecto extraño.

Arrugas en la frente, ojeras y una expresión de cansancio permanente mal disimulada con una mueca forzada.

Me acerqué un poco más sin eludir su mirada curiosa.

A la distancia de un brazo me resultaba vagamente familiar pero no, seguro, no lo conocía.

No me atreví a pronunciar palabra ni él emitió sonido alguno durante el minuto largo en el que permanecimos frente a frente.

Se estableció un silencio cómodo mientras nos estudiábamos.

Enarcó una ceja y me pareció adivinar una sonrisa cómplice a modo de despedida, un “que te vaya bonito” mudo.

Reanudé la marcha sin mirar atrás.

No lo he vuelto a ver desde aquel día pero a veces pienso en él, en lo que le deparará la vida, en si encontrará la paz y cumplirá sus deseos.

En ocasiones paso por la misma calle y me detengo frente al mismo escaparate, pero ya no está allí, nunca volveré a ver mi reflejo de treintañero.

Igualada a 27 de marzo de 2013.


La meteorologia no es tria.

El dia s’aixeca amb un Sol tímid, mig amagat entre núvols de primavera.

El cel blau s’intueix aquí i allà en els petits espais que queden lliures del blanc coto-fluix que sura empés per la brisa.

No es pot dir que sigui un dia radiant, però és el que és, i la meteorologia no es tria.

Malgrat això m’aixeco del llit amb la intenció de gaudir d’una jornada plena.

Vull aprofitar tot allò que és al meu abast, més per casualitat, que per mèrits propis.

Fa temps que m’he adonat de lo afortunat que sóc per haver crescut al mal-nomenat primer món, formant part del terç de la població mundial que gaudeix d’una llar amb electricitat i aigua corrent, tres menjars al dia, medicines al abast, sanitat, educació i altres luxes que la majoria de la població planetària no té l’oportunitat de conèixer.

Sense la pressió de règims autoritaris militars que atemoreixen poblacions senceres, com els de països no tan llunyans i on la llibertat es una utopia.

Llocs on a les superpotències no els interessa fer res en favor de la gent i permeten governs que coarten, no només els drets humans més elementals, sinó també els somnis.

I tot això ho tinc mercès a la providència d’haver nascut aquí.

Una casualitat, un fet que no he escollit.

Jo, hauria pogut néixer a Guinea Equatorial, Moçambic o en qualsevol societat on l’esperança de vida infantil es redueix dràsticament, la possibilitat de morir de malària és altíssima (per posar un exemple de malaltia impossible de contraure aquí) i on gaudir d’aigua potable tractada és complicat fins i tot per als turistes adinerats.

És cert que també podia haver nascut a Finlàndia o Suècia, en el si d’una família adinerada, però la probabilitat és molt menor donat el tant per cent de població que viu per sota del llindar de la pobresa.

Tan se val, he tingut la sort de néixer aquí i això, com la meteorologia, no es tria.

El cas és que molts dels meus conciutadans, no se n’adonen de lo afortunats que són i malbaraten els dies de la seva vida amb l’estrès, el neguit i patiments supèrflues per problemes banals.

Jo, al menys avui, he decidit sentir-me joiós, feliç de viure i no penso deixar-me atrapar per les preses del rellotge, les urgències de la feina, el pes de la hipoteca o les exigències d’un capitalisme que sempre procura fer-nos veure que ens manca això o allò altre.

Per respecte als dos tersos dels habitants de la Terra que tenen una existència realment dura, no tinc dret a malbaratar ni un sol minut de la meva afortunada vida, queixant-me de futileses. 

Igualada, 22 de març de 2013.


Insubmissió.

Probablement pel meu elevat grau d’ignorància en temes polítics i econòmics, tendeixo a reduir a l’absurd tota la informació que aboquen els mitjans de comunicació sobre la crisi que assola el nostre país.

D’aquesta manera em procuro una idea prou clara perque la meva limitada ment pugui pair-la.

Problemes del poble:


  • No tenim diners.
  • No tenim feina.
  • Estem endeutats amb els bancs.
  • El comerç està aturat.
  • Ens desnonen de les llars.
  • Mengem més patates que peix fresc.

En definitiva: estem fotuts. Redueixen costos (retallant prestacions al poble: sanitat, educació, sous funcionaris).

Sol·lucions aportades pel govern:


  • Aumenten els impostos (al poble).
  • Injecten diners als bancs i les grans empreses (que surten del poble).
  • El preu de les patates puja.

En definitiva: ens estan fotent.

La conclusió que en trec després de mirar el quadre és que, per solucionar la crisi, els organismes de poder (polítics i bancs) proposen oprimir la població amb mesures que els afavoreixen a ells mateixos i ho fan sense que els importi ni l’opinió del poble, ni les seves protestes.

Per acabar-ho d’arrodinir, encara troben temps per omplir-se les butxaques amb sobres sense nom, que es veu que algú descuida convenientment als seus despatxos.

Com sóc conscient de la meva manca de coneixements i escasa capacitat d’entendre a tots els experts, pèrits i periodistes que vomiten a diari les seves opinions sobre l’actual crisi econòmica i la idiosincràsia socio-política del nostre país, decideixo fer una ullada a la història de la humanitat per tal de veure com han gestionat altres governs, les crisis amb les que s’han anat trobant.

Descobreixo un panorama desolador.

Des de l’antic Egipte, passant pel senat de Cartago amb el seu “consell d’ancians”, el senat Romà amb els patricis, els senyors feudals i reis totpoderossos, la descoberta d’Amèrica,... tots el governs al llarg de la història, quan s’han trobat en moments de crisi, han optat per la mateixa fórmula: collar al poble reduint-li prestacions i aumentant-li impostos fins ofegar-lo.

I sempre, sempre, sense considerar la opinió de la població i les seves protestes.

Val a dir que el resultat d’aquesta fórmula emprada des que l’home és civiltzat ha estat el mateix: butxaques plenes pels organs de govern i una nova crisi en un futur no garie llunyà.

Jo no he trobat una solució alternativa amb garanties d’exit (com ho he de fer amb les meves limitacions), però seguint la màxima “si no vols obtenir sempre el mateix resultat, prova coses diferents”, se m’ha acudit que podríem tastar una fórmula nova: que el poble decideixi el camí a seguir, sense que ens importi l’opinió, ni les protestes dels governants.

Igualada, 15 de març de 2013.

Hom desitja allò que no té.

Tothom acostuma a voler allò que li manca i no m’estic referint només a quelcom material, sino a una vida sencera.

Avuí he visitat un poblet de La Segarra. Un feu ínfim amb quatre cases arreplegades a sobre d’un petit turó, amb carrers costeruts i empedrats.

Un esquitx de poble amb vivendes humils construides fa més de dos-cents anys, arreglades mil vegades, curioses, fermes en estructura i exemptes de luxes banals.

Tot allà destil·lava pau, calma i tranquil·litat.

El rellotge semblava anar més a poc a poc del que és habitual en ell, lluny del seu tic-tac rabiós.

La casa que m’ha acollit la ocupava un noi de mitjana edat amb el seu gos pelut i negre.

Tots dos estaven tant avesats a aquella calma, tant imbuits pel ritme del poble, que semblaven ben bé formar part del paisatge. Fora del poble, als carrers d’una gran ciutat, els hagués trobat extravagants, haguera dit que estaven fora de lloc, perduts, descol·locats, però allà, al seu poble, l’estrany era jo.

El que m’allunyava més de la realitat era el meu ritme de treball, la pressa, el bategar del meu cor accelerat no lligava amb el pols pausat de la vida en aquell paratge.

La casa estava a mig camí entre una vivenda i un estudi d’art.

L’home és un artista, un pintor que havia repartit part de la seva obra per tots el racons de l’immoble.

Les plantes de la casa eren diàfanes i la decoració eclèctica.

D’entre les  pintures i les escultures s’endevinava el llit desfet, mobles antics restaurats amb cura, que feien una doble funció, decorar i enmagatzemar estris de toda mena.

Al terra del saló, dues gàbies per ocells de principis del segle XX, feien companyia a una bicicleta de cicloturisme amb un seient Brooks amb més de 10.000 km recorreguts.

A la cuina, una pared sencera de pissarra verda, mostrava dibuixos a guix que atreien la mirada.

No he pogut més que sentir enveja per la vida que m’imaginava portava l’home amb el seu gos i és que, coneguda la meva vida, anhelo d’altres.

No em malinterpreteu, sóc molt feliç amb la meva existència, amb la meva familia, la feina i el conjunt del meu rodar diari, però tal i com ja explicava en Joaquín Sabina a la cançó La del pirata cojo, un cop has viscut una vida, trobes a faltar d’altres de diferents: la de l’artista, la de l’alpinista al Nepal, la del rodamón en bicicleta, la de l’arqueòleg al Perú, la del navegant a la Polinesia.

De ben segur que l’home del gos i potser el gos mateix, han sentit enveja de la meva vida i és que hom desitja allò que no té.

La Segarra, a 8 de març del 2013.