Perquè no un blog?

I perquè no un blog?

Redacto fulls i més fulls cada dia a la meva feina, però cap d’aquests escrits expressa les meves càvil·les, els meus somnis, anhels o vivències.

En cap d’ells deixo empremta del meu pas per la vida, ni reflecteixen com o qui sóc.

Així doncs m’he preguntat, perquè no escric un blog?

Ha de ser el meu racó de la calma, el refugi de la meva ment, el calaix dels mals endressos per les meves idees.

Ho enceto sense cap intenció d’arribar a ningú, només per tal d’apaivagar un neguit personal i començar el que pot ésser un diari de reculls, la bitàcora del meu passeig per la vida.

16/8/15

Gracias. Me caí de él.

La noche del viernes me acosté tarde. Una película y tres capítulos de la novela que tengo en curso tuvieron la culpa.

Eran las dos y cuarto cuando apagaba la lamparita de la mesita de noche y me disponía a dormir, pero todavía tuve tiempo para repasar lo que me deparaba el sábado.

Hacía varios años que una idea se había instalado en mi mente y de forma recurrente aparecía periódicamente.

Saltar de un avión (con paracaídas claro).

Mis amigos más cercanos sabían de mi deseo y para mi cuarenta cumpleaños me regaron un salto en tándem en el centro de Skydive en Empuriabrava.

El regalo me hizo muchísima ilusión y quise escoger con cuidado el día del salto.

Es un punto delicado, quería que todo fuese perfecto. Necesitaba un día claro y un momento personal favorable, sin lesiones ni impedimentos que enturbiaran la experiencia.

A menos de doce horas del salto no me sentía nervioso y sólo me preocupaban un par de detalles pueden parecer irrelevantes pero para mi no lo eran:

1. Hará frío a 4.000 metros de altura.
2. Me dolerá el oído como consecuencia del cambio brusco de presión en el ascenso o el descenso.

Lo cierto es que estos dos aspectos no me preocupaban por que sea un friolero o porque me asuste el dolor de oído, lo que ocurre es que no quería que dos aspectos tan nimios como estos entorpecieran un momento irrepetible y único.

La primera vez que realizas un acto siempre es única e irrepetible, el primer saludo, el primer beso, el primer … ya sabéis a que me refiero, sólo tienes un oportunidad para causar una buena primera impresión.

Es posible que pueda volver a saltar de un avión, pero ya no será la primera vez.

Sería bastante triste que esta experiencia reciba interferencias absurdas como un dolor de oído o un temblor por haber escogido mal la indumentaria.

Decidí llevar ropa interior térmica y ajustada para evitar el frío y emplear un inhalador nasal por la mañana para asegurarme que mis vías respiratorias superiores estaban despejadas.

El sábado a las once de la mañana seguía tranquilo y sin sombra de dudas sobre lo que iba a hacer. El salto era a las dos del mediodía, resulta que los pesos pesados como yo (92 kilos en canal) deben saltar en las horas centrales del día.

A la hora exacta llegué al aeródromo, me acompañaba mi santa esposa y la más pequeña de mis hijas.

Después del papeleo conocí a José Luís, el sufrido paracaidista que me iba a bautizar.

Colocación de arnés, cuatro explicaciones sobre como debo colocarme antes, durante y después del salto y directos hacia el avión.

En el proceso conocí a Mike, otro paracaidista que se iba a encargar de grabar y fotografiar la experiencia, para disfrute personal en casa y para poder demostrar a mis amigos que lo había hecho (pandilla de incrédulos).

El avión que nos iba a elevar hasta los 4.000 metros debe ser un portento de la ingeniería aeronáutica y seguro que está especialmente acondicionado para el uso del salto en paracaídas, pero desde luego no es una maravilla en cuanto a comodidad e insonorización se refiere.

La cabina para los saltadores es estrecha y baja, los asientos mínimos, las vibraciones y el ruido en el interior son todo menos tranquilizadores.

Estaba dentro de la cabina, sentado en una banqueta a la que me sujetaba un cinturón que no parecía nada seguro. Los motores rugían hasta ahogar nuestras palabras, las vibraciones se transmitían de forma directa a mi cerebro y sin embargo, yo permanecía extrañamente tranquilo, como si ya me hubiera visto en esa situación cientos de veces.

Como con el frío y el dolor de oído, me había concienciado para erradicar los nervios y el miedo. No quería desperdiciar ni un segundo de la experiencia preocupándome por algo que pudiera salir mal.

Aproveché el ascenso (unos quince minutos) para empaparme del momento, para respirar el ambiente.

El momento de salir del avión es el que podría marcar la diferencia entre una experiencia inolvidable y un episodio de terror (o un infarto). No sabía lo que sentiría cuando me encontrara frente a la puerta, pero eso no había llegado todavía y de momento me sentía cómodo y estaba disfrutando.

Alcanzada la altura de salto José Luís me dijo dos frases que fuera de contexto habrían sonado completamente diferente “quítate el cinturón y siéntate sobre mí”.

Sin poder evitar el chascarrillo de decirle que esperase a llegar a tierra para dar rienda suelta a sus deseos, obedecí y me senté en su regazo.

Llegaba el momento de que se abriera la puerta y comprobar si aparecía el pánico.

Mentalmente repasaba las instrucciones y en eso estaba cuando me encontré mirando el hueco de la puerta y el abismo.

Ni rastro de miedo, sólo belleza y emoción.

Sin lugar a dudas la confianza y seguridad que infundía José Luís y la buena onda de Mike, influyeron en el hecho de que la salida del avión fuera tan “natural”.

No deseaba permanecer ni un instante más dentro de lo que a mi me parecía una jaula, una cafetera con hélices (que no se me ofenda nadie, seguro que el aparato es una maravilla, pero yo no quería aterrizar dentro de él).

Ni dos segundos pasaron hasta que empecé a disfrutar de la caída.



Nunca he sido bueno explicando mis sentimientos y no voy a mejorar de la noche a la mañana, así que reconozco abiertamente que no soy capaz de explicar con palabras la sensación tan extraordinaria que es caer al vacío.

Lo que si puedo decir es que mi corazón seguía sin acelerarse y es que era tanta la altura que me separaba del suelo que no tenía sensación de peligro.

A veces, inspeccionando la cubierta de un edificio se me altera el pulso y siento miedo ante una posible caída, pero es porque soy consciente de que si doy un mal paso chocaré contra el suelo antes de que pueda darme cuenta. Eso no ocurre a 4.000 metros, ni a 3.000, ni a 2.000, ni a … flops!!! tironcito y una lona enorme te sustenta, ya no pasa todo tan rápido, todo se ralentiza y descubres un paisaje extraordinario, viento suave y tu deslizándote, volando.

José Luís conversa y entre frase y frase yo intento retener en mi retina todas las imágenes, no parpadeo a penas.

La caída libre fueron 50 segundos intensos de velocidad y emoción, pero el descenso con el paracaídas abierto me aportó una sensación de placer especial. Habría permanecido allí horas.

Ahora comprendo lo que empuja a los pilotos de parapente y ala delta a saltar ladera abajo. Sin ruido de motores, con visión de 360 grados, sin cabinas, sólo con el viento.

No tengo palabras para expresar lo que sentí, no se hacerlo.

Sólo puedo dar las gracias a todos los amigos que me regalaron esta experiencia inolvidable.

Gracias a mi esposa y mis hijas que la compartieron.

Gracias también a José Luís y Mike que la hicieron realidad.

Si alguno de los que me leéis decidís probarlo y conocéis a Mike, descubriréis a un individuo peculiar. Tanto en tierra como en el avión daba la impresión de ser el que mejor se lo estaba pasando, disfrutaba del salto y del momento, lo de grabar y hacer fotos era una cosa que hacía, a más a más, un surfista del aire.

Y si veis a José Luís, decidle que no olvidaré la vez que me senté en su regazo.

Pido disculpas porque se que en este texto me he extendido enormemente, pero me ha sido imposible sintetizar, igual que a partir de ahora me resultará imposible mirar al cielo sin recordar que un día me caí de él.

Igualada, 8 de diciembre de 2013.

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