Perquè no un blog?

I perquè no un blog?

Redacto fulls i més fulls cada dia a la meva feina, però cap d’aquests escrits expressa les meves càvil·les, els meus somnis, anhels o vivències.

En cap d’ells deixo empremta del meu pas per la vida, ni reflecteixen com o qui sóc.

Així doncs m’he preguntat, perquè no escric un blog?

Ha de ser el meu racó de la calma, el refugi de la meva ment, el calaix dels mals endressos per les meves idees.

Ho enceto sense cap intenció d’arribar a ningú, només per tal d’apaivagar un neguit personal i començar el que pot ésser un diari de reculls, la bitàcora del meu passeig per la vida.

16/8/15

Mil veces me maldigo.

El hombre de bigote negro y pelo blanco, con el rostro surcado de arrugas y la tez morena, fijaba su vista en el sedal mientras amarraba en él un pequeño emerillón dorado, del que luego colgaría la cameta con el anzuelo.

Lo hacía sentado sobre la cesta de mimbre en la que ordenaba su aparejo de pesca.

Los ojos de un escuálido preadolescente, tonto como todos, prestaban una distraída atención a sus movimientos.

El pescador seguía la tradición familiar de transmitir a su hijo sus conocimientos y a pesar de que el zagal no parecía muy entusiasmado, continuaba arrastrándolo consigo al puerto de Vilanova i La Geltrú cada vez que podía.

Pensaba que era un buen lugar para compartir un poco de tiempo con el más pequeño de sus tres hijos y aprovechaba esas tardes de esparralls y mabres, para tratar de aleccionarlo.

El chaval disfrutaba de la compañía de un padre que el trabajo le robaba la mayor parte de la semana.

El hombre a su vez, sentía nostalgia al recordar a su padre dándole las mismas lecciones que ahora impartía él y esas tardes de sábado le transportaban a su propia infancia.

Ya con el gusano a remojo, la tertulia se iba hilando sobre el argumento de "la vida" en su sentido más literal. Concretamente sobre el final de la misma.

- Nuestra sociedad, decía el padre, vive de espaldas a la muerte y eso, sin duda, es un error.

Cualquier tema sobre la muerte es un tabú hoy en día. Hace unos cuantos cientos de años, en la Edad Media, la esperanza de vida era mucho menor y la sociedad estaba acostumbrada a ver la muerte de frente a diario. Era algo tan natural como la propia vida y lo sigue siendo todavía, aunque ahora parece que la gente se empeña en querer hacer ver que no existe, en vivir de espaldas a ella, cuando realmente es algo ineludible.

El chaval, sentado sobre un viejo noray del muelle con la caña en la mano, apenas seguía el hilo de la conversación (lo justo para que su padre no le llamara la atención si lo pillaba distraído) y esperaba una picada con la mente puesta en algún lugar lejano.

- Vivir de espaldas al hecho de que la muerte nos alcanzará algún día, hace que cuando la descubrimos visitando a algún conocido o a algún familiar, nos duela en sobre medida, nos deje listos y atemorizados durante días y con un mal cuerpo que ni con terapia de choque recuperamos.

Sobre todo nos pasa a los no creyentes, porque los otros, los que creen en algo, bien sea la reencarnación, la ascensión a los cielos o la transmutación de las almas en personajes de cómic, esos al menos se consuelan con sus ritos y pensando en que nada ha terminado realmente.

Incluso hay seguidores de algunas religiones, que destinan toda su existencia terrenal, a la preparación del cuerpo y el alma, para la llegada de Dña. Muerte, vamos, que miran tan de cara a ésta, que se olvidan de "vivir". Justo lo contrario que hacemos nosotros en esta sociedad.

Ni tanto ni tan calvo, debe existir un término medio, un equilibrio que nos permita disfrutar de la vida terrenal, sin que la muerte nos quite el sueño, pero sabiendo que nos espera al final del camino, o tal vez, escondida en algún recodo del trayecto, detrás de alguna curva.

Vivir sin miedo, disfrutando y aprovechando nuestro paso por la vida, para que, cuando venga a buscarnos la Parca, con su guadaña y su mal rollo, le podamos decir: no me sorprendes, no me asustas y puedes llevarme contigo porque estoy preparado.

El Sol se puso y recogieron las cañas. El chaval se subió al coche sin haber aprendido la lección.

Continuó viviendo de espaldas a la muerte, sin querer aceptar que está ahí, sin reconocer que no se puede eludir.

Treinta años más tarde se encontró con ella. Vio como ésta se llevaba a su padre mientras le sostenía la mano.

Se maldijo por no haber estado más atento aquel sábado.

Se maldijo, no ... me maldigo.

Me maldigo por eso y por no haber aprovechado cada momento de los que estuve a su lado en cuarenta y un años.

¡Mil veces me maldigo!


Igualada, a 18 de octubre de 2014.


A mi padre, que por acción u omisión me ha hecho ser como soy y al que me parezco mucho más de lo que en ocasiones me ha gustado reconocer. Descansa en paz.

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