La luz de un día plomizo se filtra por los ventanales como queriendo acompañar la voz triste de Enrique Urquijo.
Gotas de lluvia resbalan por los cristales como si de lágrimas se tratase.
El mundo parece haberse armonizado con los pensamientos y sentimientos de un ser que, ignorante, aprende a golpe de guadaña que la vida no nos pertenece.
Hacer planes de futuro, proyectos a largo plazo, es sólo una ilusión que nos permite una mente, estúpida, que cree que podemos controlar, no sólo el instante, sino también los días, meses y años venideros.
Mentira, ni el instante, ni mucho menos el futuro, es algo que podamos organizar a nuestra conveniencia.
La parca cercena a golpe de hoz los proyectos futuros cuando una bata blanca descubre unos indicadores desviados en tu sangre y nombra por primera vez la palabra cáncer.
O cuando un camión decide pasar justo por dónde tú paseas con la bici, haciendo que le crezcan ruedas a la silla que te soportara en adelante.
Un incendio arrasa tu casa, tu empresa quiebra y el banco decide que necesita tu vivienda mucho más que tus hijos o simplemente tu pareja se da cuenta de que no eres ni medio limón y emprende el vuelo una tarde de otoño.
Cualquier hecho de esa índole basta para truncar un proyecto de vida que creías estable, feliz, duradero.
La canción termina y me doy cuenta de que lo único que puedo hacer para prepararme ante un hipotético cambio de planes, es diseñar mi vida a dos meses vista, nunca más allá.
Igualada, 31 de mayo de 2013
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