Perquè no un blog?

I perquè no un blog?

Redacto fulls i més fulls cada dia a la meva feina, però cap d’aquests escrits expressa les meves càvil·les, els meus somnis, anhels o vivències.

En cap d’ells deixo empremta del meu pas per la vida, ni reflecteixen com o qui sóc.

Així doncs m’he preguntat, perquè no escric un blog?

Ha de ser el meu racó de la calma, el refugi de la meva ment, el calaix dels mals endressos per les meves idees.

Ho enceto sense cap intenció d’arribar a ningú, només per tal d’apaivagar un neguit personal i començar el que pot ésser un diari de reculls, la bitàcora del meu passeig per la vida.

16/8/15

Ellos se lo pierden.

El verano llegaba a su fin y poco a poco el pueblo se iba vaciando.

La gente que había inundado las calles durante el mes de agosto retornaba a las ciudades y en los corrillos se escuchaban despedidas y lamentos por haber de volver al trabajo y la rutina de la urbe.

Para Manuel el final del verano significaba el retorno al sosiego, la recuperación del silencio en su vida.

Jubilado hacía más de diez años, el estrés ya no le afectaba en ninguna estación del año y desde que se había instalado allí, su vida se tornó plácida y tranquila.

Sus hábitos se mantenían constantes durante todo el año y si la climatología lo permitía, gustaba de sentarse por las tardes en el mismo banco de la plaza mayor. Al Sol y sombra de la zona porticada, al refresco de la brisa en el estío y al resguardo del norte cuando el día se acortaba.

Su villa - siempre había considerado que el pueblo era su feudo particular - seguía siendo la misma en esencia, desde que naciera en la vieja casa de sus padres.

Los cambios de alcaldía, las épocas de elecciones y las dotaciones de la Diputación habían ido modificando la piel de la población, cómo en todas las localidades del país. Una calle peatonal, un cambio en el pavimento, nueva iluminación, rediseño de papeleras y cosas por el estilo.

Sin embargo, su banco permanecía inalterable, con su incomodidad apacible, sus travesaños de madera desgastados y descoloridos, pero sobre todo, con su ubicación ideal para cogerle el pulso al paso del tiempo.

Desde allí había visto como encanecía el pelo de sus coetáneos y crecían las criaturas hasta convertirse en adultos.

Controló como observador imparcial las nuevas tendencias de cada década, la llegada de unos y la marcha de otros.

Esa misma tarde Manuel se entretuvo con un corrillo de jóvenes que, reunidos junto a la fuente, celebraban una especie de convención tecnológica.

Habían desplegado una completa muestra de teléfonos móviles de los que hacían uso con avidez, desgastando teclados y frotando pantallas con fruición.

Entre ellos no mediaban las palabras si no eran por chat, ni tampoco las miradas.

Hacía seis meses que el excelentísimo alcalde había inagurado la zona wifi en la plaza y desde entonces la función se repetía todas las tardes.

Una docena de adolescentes se reunían para compartir el espacio.

Manuel recordaba su feliz infancia, marcada también por reuniones en el mismo lugar, niños con pantalón corto, rodillas sucias y peladas por rascadas en el pavimento, en caídas repetidas tras un balón de cuero demasiado deshinchado y descosido para rodar con eficacia.

Tardes de risas y conversaciones distendidas que terminaban con baño y merienda en el río, disfrutando de uvas y melocotones despistados del huerto de algún vecino.

Él había llegado tarde para la moda del móvil y la contabilización de amigos por una red social cibernética, pero sin duda aquellos jóvenes que ahora contemplaba, no conocían la amistad que surge de perseguir un balón en un campo improvisado, empleando camisetas comos postes de una portería imaginaria, de correr en bicicletas sin frenos por caminos polvorientos o simplemente de conversar y reír en comunión con la puesta del Sol.

La sonrisa que decora la cara del viejo Manuel, el que no se entera de las nuevas tecnologías, nace de aquel recuerdo y deja bien claro que: ellos se lo pierden.

Igualada, 7 de septiembre de 2013.


[A mis amigos de la infancia y también a los nuevos, que comparten conmigo sudor detrás de un balón, en el patio de un colegio, tal y como se hacía antaño].

No hay comentarios:

Publicar un comentario